SUDACAM , capítulo III
Por Miguel Higuera
Ilustración y Monocopia: Christiano
III.-
¿Qué mierda es eso? -Martínez miraba asombrado el techo de mi automóvil, tanto las marcas como la mancha viscosa y oscura que rezumaba aquel olor fuerte y nauseabundo.
-No tengo la menor idea- Yo continuaba nervioso mientras miraba a mi alrededor como esperando una nueva aparición de aquella sombra.
En el estacionamiento un equipo de fuerzas especiales rastreaba cada rincón. Cerca de la salida encontraron manchas iguales a las de mi vehículo, con huellas de unas pisadas deformes, como de animal que parecían las de un pájaro gigante o de un reptil.
_ Ya pedí para que revisen las cámaras del lugar, así que me confirmen el procedimiento subimos a la central de comunicaciones para ver si encontraron algo- Martínez percibía mi agitación y también parecía preocupad0- También pedí al departamento forense para analizar los restos de las manchas de pisadas.
_ Aquí ya no vamos a encontrar nada más, lo que sea que había ya se fue- inspiré profundamente y luego me acerqué a Cáceres para nadie más oír- esa mierda no era humana capitán. Por eso me ve tan nervioso.
Cáceres no respondió y entonces tuve la certeza de que el asunto era mucho más complicado de lo que parecía. El capitán me hizo un gesto seco para seguirlo al ascensor. Entramos solos, sin hablar. Su mirada se dirigió hacia arriba, que era su clave para indicar que probablemente estábamos siendo monitoreados, por cámara de video y registros de audio.
Después de los motines de inmigrantes de finales de la década del veinte, los reportajes de abusos de la policía y carabineros, motivaron una serie de decretos que forzaban al registro de las actividades diarias en las dependencias de los diversos edificios donde funcionara cualquier servicio policial, para prevenir actos de violencia contra presidiarios y detenidos en general.
Eso nos había complicado en el pasado, porque cualquier acción discutida por la defensa de criminales, organizaciones de derechos humanos o fiscales anti corrupción invalidaba inmediatamente cualquier procedimiento o colocaba un manto de duda acerca de la idoneidad de cualquier funcionario.
Junto con eso, ya era reglamentario la participación de oficiales de derechos humanos en entrevistas, interrogatorios y procedimientos, para mantener la imagen de corrección y respeto a la ciudadanía. Sin embargo, esos funcionarios nunca aparecían cuando las operaciones eran en suburbios de inmigrantes, porque, como esperado, había algunos arreglos secretos que favorecían a los detenidos de grupos de criminales y agrupaciones de traficantes mejor relacionados políticamente, para ser protegidos durante cualquier procedimiento.
Aun así a mayoría nos las arreglábamos para conseguir alguna propina o soborno, algún poco de droga o dinero fuera de la comisaria, pero todo lo que pasaba dentro quedaba registrado así que estábamos permanentemente bajo la mirada de cámaras coordinadas con una comisión de auditoría del senado que también se conectaban con vehículos de la prensa. Por eso era bastante difícil sobornar tanto intermediario en el caso de caer en alguna falta. Ese era el motivo para que, dentro de los retenes y comisarias, nuestro comportamiento fuera ejemplar y absolutamente apegado a los protocolos.
Esta noche solo tendríamos que evitar la vigilancia de cámaras y micrófonos y, por lo menos, nos habíamos librado del típico oficial de derechos humanos que lo que más hacia era escuchar, registrar y después ver como sacaba partido de lo que había visto. La mayoría de esos sujetos era designado como favor político, para ser espía de algún partido o era un infiltrado de alguna organización criminal, así que lo que inicialmente fue una buena idea, se había transformado en lo que siempre acontecía en el continente, un funcionario de fachada, un discurso de combate a la violencia y la corrupción , pero por dentro , solo era una forma más de ganar dinero, mover influencias y controlar la información.
Por todo eso, nos mantuvimos en silencio hasta ingresar en la oficina de comunicaciones para revisar las cámaras.
Por ser un sector sin autorización para nadie más que para los altos oficiales y los funcionarios de informática y audiovisual, no se requería de filmación para auditoria. Ahí podíamos hablar más libremente y era uno de los lugares donde se coordinaba la mayoría de los movimientos y acciones no legales dentro del sistema institucional, aunque muchas veces algunas organizaciones no gubernamentales de fiscalización que nacieron en la década del veinte para aumentar el control anti corrupción desde la iniciativa más privada y otras operaciones infiltradas de la prensa habían colocado micrófonos ocultos en otras comisarias y descubierto varias operaciones de lavado de dinero, tráfico de influencia y otros actos criminales que dieron mucho que hablar y terminaron con oficiales importantes presos o destituidos, con lo que la institución policial estaba con una imagen bastante deteriorada .
Una vez dentro del sector, el técnico, de apellido Herrera, mirándonos desde los cuadros enmarcados con imágenes de sus ilustraciones digitales o con caricaturas nuestras, nos hizo un gesto de que todo estaba controlado y que no había riesgo de micrófonos, por lo que podríamos hablar libremente.
- ¿Y, encontró algo Herrera? -Cáceres se sentó frente al monitor del sistema de monitoreo, esperando que Herrera diera inicio a la exhibición del material.
-Quien sea que estuvo ahí, era muy rápido y desactivó todo de un plumazo señor- el técnico era joven, de unos veinticinco años con el exasperante hábito de masticar chicles que parecía no salir de moda .A pesar de estar cerca de la mitad del siglo , muchas costumbres antiguas , como aquella manía de chicle o el acto de fumar, no habían disminuido entre los distintos estratos de la población. En lo personal, el ruido de la masticación siempre fue algo que me incomodaba y siempre que podía, evitaba conversar con el muchacho. Como Cáceres parecía no importarse con el asunto, ya que el muchacho era confiable y de los pocos con los que podíamos contar para este tipo de asunto, lo dejé estar, pero tuve que meterme las manos en los bolsillos de mi pantalón para no darle un golpe en la cara cada vez que el sujeto hacia un globo con el asunto y lo reventaba varias veces dentro de la boca antes de responder a las preguntas del capitán.
Cáceres, que me conoce muy bien, sonreía sin mirarme, pareciendo concentrarse solamente en la pantalla. De repente su rosto mostró un asombro poco característico.
- Qué carajo fue eso? -Cáceres, soltando una expresión heredada de su padre peruano, miró al técnico y le hizo el gesto para volver la imagen unos segundos. Entonces vimos una silueta extraña, como de un sujeto delgado y muy alto, que con una rapidez poco común se aproximaba de la cámara antes de destruirla.
- Esa es la imagen de la cámara número E.5, a la salida del estacionamiento. Es la única de la que conseguimos rescatar alguna imagen señor -el chico no paraba de masticar.
¿Da para imprimir algo más detallado? - Me quedé mirando el cuadro detenido en la pantalla, que me mostraba una imagen con el típico juego de luces y sombra de una imagen obtenida a alta velocidad.
- Solo esto- el chico me alcanzó una impresión, azulada, con la mejor resolución posible, que había utilizado la tecnología de procesamiento visual más moderna que había en el departamento de policía.
Unos ojos cerúleos parecían mirarme desde el fondo de un rosto enjuto, marcado por líneas como cicatrices. Unas protuberancias como trenzas salían de atrás del rostro, a manera de cabello, como si fuese la cabeza de un pulpo o la famosa medusa de la mitología griega. La nariz muy delgada y afilada, terminaba en dos aberturas pequeñas, sobre una boca de labios finísimos, casi inexistentes que dejaban al descubierto dientes numerosos y afilados que me causaron un estremecimiento. El mentón era pequeño y agudo, casi como la punta de una lanza. El cuello era un poco más largo de lo común y el breve espacio del torso que se veía, parecía un dibujo de fibras musculares, compactas, como si alguien hubiera desollado vivo al sujeto.
_ Parece un personaje de un mural maya, como un guerrero- solté la primera impresión, sabiendo que mostrar algo de cultura general siempre irritaba al personal y casi a cualquier persona en un mundo donde la realidad virtual había copado la mayoría de los espacios.
- Yo lo encuentro más parecido a un zombi rastafari- Herrera sonreía y continuaba masticando. De no estar Cáceres cerca, le habría soltado una bofetada.
Lo miré seriamente y el chico se calló, luego pareció pensar un poco, se recompuso y me alcanzó un dispositivo de información con todos los datos. Ya nadie usaba registros en papel, porque los nuevos sistemas de almacenamiento digital eran altamente resistentes a presión, temperatura y agua y venían encriptados con el ADN del funcionario, para que nadie más pudiera leer lo que tenían dentro. También tenían una segunda vía de acceso genético asociada a la dirección de cada departamento.
- No es ni máscara ni disfraz señor- el chico volvía a su silla de trabajo cuando Cáceres le hizo el gesto para que le entregara una copia del registro.
Cuando lo miré Cáceres simplemente guardó la copia y me convidó a salir.
-Esto es lo que busca la internacional y parece que te encontró a ti primero. Vamos por un buen café allá afuera.
Salimos del sector, en silencio y nos fuimos a un lugar menos frecuentado mientras comenzaba a llover cansinamente, como todas las lluvias de propagación artificial que se habían hecho comunes en los últimos años de sequía gracias al apoyo internacional de los fondos de modificación climática sustentable. Era una de las pocas mejorías que habíamos experimentado en el último tiempo y la gente prefería andar en la calle y experimentar la humedad agradable de la llovizna.
A mí también me gustaba esa sensación pero esa noche tenía cosas más preocupantes para conversar con mi superior, así que nos fuimos rápidamente , caminando entre la muchedumbre, mirando a los lados porque sin duda alguien de la internacional estaría detrás de nosotros, vigilando cada uno de nuestros movimientos.

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