"MONSTRUOS EN EL MURO", sobre ilustración de Fernando Ortíz M-

  Relato : Christian Aedo J.



                “El viejo mundo se muere, y el nuevo tarda en aparecer

Y en este claroscuro surgen los monstruos”

Antonio Gramsci.

 

Esa noche volviendo del carrete, vio a un loco encapuchado haciendo un grafiti en uno de los muros frente a la cancha. No había nadie en la calle. Pensó que podía ser uno de los del Colo que pasó los límites entre las dos poblaciones, y quería dejar su marca en el corazón de Los Coyotes Azules. Cuando corrió para averiguar, el que pintaba escapó dejando los tarros de colores tirados junto a una mochila. El Rulo tomó las latas y el bolso, se quedó un rato mirando la imagen, y se fue a su casa.

Despertó cerca de las tres de la tarde, era 17 y tenía un partido importante a las 20:00 por el campeonato de la villa Los Altos de Santa Juanita. Había tiempo para pasar la caña, recuperarse, y meter un par de goles. Miró la mochila con las latas tiradas en el piso. Recordó aquella sombra del encapuchado que se perdió entre los pasajes, el dibujo en el muro y los colores. Todo se mezclaba con el vino y los pitos que se habían fumado con los cabros en el peladero, los fuegos artificiales que sonaban cada tanto, a lo lejos uno que otro balazo perdido en la noche. Pero el dibujo lo recordaba con claridad. La pelea de dos monstruos, sobre un fondo blanco, como cuando se agarraban con Los Albos de la Santa Victoria. Parecía que uno iba a morder al otro. Y al final del muro estaba escrito, 18 de Octubre. Pensó que podía ser una amenaza de la otra barra. Había que estar atento al día siguiente. Quizás era un mensaje entre narcos, pero el dibujo era demasiado bueno para eso. Decidió levantarse.  

La Lelita aún no volvía de la feria. La señora era porfiada, pescaba el carro y se iba a vender ensaladas donde pudiera pararse un rato. Los pacos le habían quitado todo un par de veces, pero ella iba igual. Al Rulo, el trabajo en la constru no le dejaba mucho tiempo libre, y tampoco podía andar vigilando a su abuela. Con la poca pensión de ella y el sueldo que se hacía en los turnos de la pega, podían salvarse. Pero ella insistía en salir a vender.

En el dibujo había algo, el trazo, los colores. Como si hubieran sido parte de una antigua pesadilla que se repetía. Había sufrimiento en ambos monstruos, o quizás era la caña, el efecto tardío de la marihuana, los restos del tolueno. El dibujo le recordaba las voladas de pasta, la angustia. Tenía que avisarles a los cabros, podía ser una advertencia, había que estar preparados para lo que viniera.

Cuando no tenía pega, salía a rayar con la barra. Un Coyote azul con los bordes blancos, eléctrico, de ojos rojos, listo para saltar sobre su presa, parado sobre una U gigante, era la marca de Los Coyotes que estaba por toda la villa. Pero ya no había tiempo, ni ganas. La villa se  iba tragando todo.

Dentro de la mochila solo había más latas de pintura, y un dibujo a lápiz pasta de los dos monstruos luchando, igual al del muro, pero sin colores, lo miró un rato y decidió equiparse. Dejó el papel sobre la cama, revisó el teléfono y tomó la mochila con las latas para irse a la cancha.

Llegó y vio que el muro de los monstruos estaba pintado de blanco. Preguntó quién había borrado el grafiti. Pero nadie supo de qué hablaba. El Tachuela le dijo, que lo único nuevo era la pintura blanca, un cabro preparaba la pared para hacer un mural, en homenaje a un loco que había muerto en una balacera. ¿Había algo antes? le preguntó. El Rulo le contó la historia completa, y sobre sus sospechas de una amenaza de la otra barra. El Tachuela pidió una descripción más detallada de todo, para resolver si había que estar alertas, o no, a una posible emboscada. Le mostró la mochila y las latas de pintura, buscó el dibujo en el interior del bolso, pero no lo encontró. El Tachuela lo miró con cara de pico y sospecha. No podís jugar en clona, hueón, hay que ganar. Escupió las palabras con seriedad, mientras se ponía los guantes.

El primer tiempo fue un fracaso, no se podía sacar la imagen de los monstruos de la cabeza. Los sentía en su espalda, luchando, murmurando. En el entre tiempo se consiguió un lápiz y dibujó lo mejor que pudo el recuerdo que tenía de los monstruos. Se lo mostró al Tachuela, que miró el papel incrédulo, y dijo que parecía una garrapata gigante tratando se robarle la sangre a un Coyote. Déjate de pensar en hueás y métete en el partido, hueón. Hay que ganar.  

Para el segundo tiempo el muro blanco estaba detrás del arco rival, era lo único que podía ver a esas alturas, y parecía que los monstruos luchaban por salir de la superficie blanca, se movían como los parásitos en el estómago de los tripulantes de Alien. Tenía la certeza de que la otra barra había borrado la amenaza para atacarlos por sorpresa al día siguiente. Esto era una Señal, estaba seguro. Pasó los últimos 20 minutos del partido en la banca. Perdieron 16 a 5.



El equipo había quedado eliminado, pasar la derrota con cerveza y revisar las jugadas, era necesario. Algunos culpaban al Rulo. Pero él tenía la cabeza en otra.  Más tarde los viejos se fueron a sus casas, y los más jóvenes caminaron al peladero a carretear. No le contó a nadie más la historia de los monstruos, pero ellos seguían ahí esperándolo, lo sabía. Eran como un rumor en la oscuridad. La angustia. Después de tomar vino y fumar algunos pitos, se puso la capucha, y escabulléndose entre las sombras, se encaminó para ir a ver el muro por última vez. Cuando llegó, la muralla seguía igual de blanca. Miró el dibujo que había hecho en el entre tiempo, lo repasó un momento y guardó el papel en la mochila. Tomó las latas de pintura y comenzó a tirar los colores sobre la pared. Sus manos se movían solas, como si cada una fuera la cabeza de una de las bestias que luchaba. Había que advertir a los cabros de lo que se venía, tenía esa idea como una bengala clavada en la cabeza. Al final del dibujo escribió la fecha, vio a alguien acercarse corriendo por el pasaje. Y los supo de inmediato, antes de desaparecer entre los callejones, vio aquel mural sobre el fondo blanco que tenía las caras del Tachuela y la suya, y se desvaneció en medio de la noche.

 Despertó cerca de las tres de la tarde, era 17 y tenía un partido importante a las 20:00 por el campeonato de la villa Los Altos de Santa Juanita. 

Comentarios

  1. Me encanta dibujo y relato. Muy bacán

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  2. Con gusto a paco... En un momento creí que el grafitero sería su yo del futuro.... Buen texto...

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