SUDACAM 1

 

SUDACA-M                       

                                                                                             por Miguel Higuera C.






 

 

Mayo de 2036

I

Cuando abrí la puerta del auto, lo primero que me impactó fue el hedor impresionante que invadía el ambiente como una neblina, ingresando por la piel y pareciendo ahogar toda otra sensación. Un olor salvaje, mezcla de orina, sangre, excrementos y descomposición. El calor extremo que se dejaba caer como un azote  en el verano santiaguino desde la década de 2010 aceleraba la fermentación de todo compuesto orgánico, especialmente de la carne humana expuesta a la intemperie por algunas horas.

Sacando un frasco de pomada mentolada, refregué mis manos y tapé mi nariz para conseguir soportar aquel hedor, caminar, pensar y hacer mi trabajo.

-Aún no conseguimos determinar cuántos cuerpos están expuestos en el sector, señor-El detective Martínez, veterano y fogueado en muchos casos estaba lívido, tembloroso y al borde de la náusea- Nunca vi algo así señor. Es  como de película de terror o de guerra. No parece humano.

Miré el rostro del detective y no conseguí que fijara los ojos en mí. Nunca lo había visto aterrorizado, ni siquiera en los más duros tiroteos que habíamos enfrentado en las noches de las revueltas de inmigrantes dos años atrás.

-Hora de ocurrencia? - por suerte, la costumbre de enfrentar situaciones sangrientas me había creado una especie de guion interno, automático que me permitía disimular las primeras impresiones poniendo en marcha una serie de pasos a ser cumplidos con preguntas, órdenes y acciones de un protocolo para situaciones de crisis.

-Cerca de la medianoche- respondió Martínez, con una voz aun trémula. Podía ver las arterias del cuello temblando en conjunto con todo el resto de su cuerpo.

-Quienes fueron los primeros oficiales en llegar?

_ Los de la Quinta comisaría señor, pero no creo que pueda hablar con ellos ahora. Uno de ellos desmayó y la oficial todavía está en estado de shock. El personal de la ambulancia está con ellos en este momento.

-Cómo fueron informados? - El guion interno funcionaba perfectamente, cada respuesta de mi subalterno parecía generar automáticamente mi siguiente pregunta, salvándome de la confusión reinante a mi alrededor. Ese guion también comenzó a funcionar para Martínez.

- La Quinta recibió más de cincuenta llamadas anónimas pidiendo auxilio entre las once y las once y treinta de la noche- eso era demasiado inesperado y sorprendente, pero Martínez no parecía notar lo que estaba diciendo.

Los suburbios de Santiago de Chiler, después de la explosión industrial de la energía solar, el turismo  y las empresas de starups e informática, que los gobiernos aprovecharon de liberar de impuestos para captar la inversión extranjera ( o el lavado de dinero según quien analizaba o comentaba el asunto),  trajo muchos inmigrantes por bajos salarios. Con el tiempo los alrededores de los barrios centrales se habían convertido en zona de guerra permanente y era casi imposible que alguien llamara para pedir auxilio policial. El sector era tan violento, que solo los oficiales y detectives mas bravos o psicopáticos conseguían lidiar con la presión en las contadas veces que ingresamos en los límites de la región  para intentar algún procedimiento de captura o pacificación.

 Ver a Martínez en ese estado me preocupó con lo que iba a presenciar una vez superadas las barreras de contención en el perímetro de seguridad establecido por los primeros policías que habían llegado al lugar.

Mientras avanzaba, varios oficiales, tan pálidos y desconcertados como mi subalterno, vomitaban junto a las murallas del callejón que daba a un oscuro estacionamiento techado al fondo de la calle sin salida, oculta entre los enormes edificios del antiguo centro de la ciudad.

Lo que antes fuera el corazón administrativo y comercial de la urbe santiaguina, se había transformado en un enorme panal de edificios habitados por ilegales, criminales y desempleados de diferentes orígenes étnicos, culturales, lenguajes y costumbres diferentes. Lo único que tenían en común era el deseo de sobrevivir. Hasta el palacio presidencial estaba rodeado de edificios mal cuidados, llenos de una marea humana que parecía descomponerse en conjunto con las estructuras de concreto y las calles sucias.

El gobierno había construido otro conjunto administrativo, más moderno y más seguro a los pies de la cordillera, lejos de la miseria y del peligro, para no tener que rodearse de aquella muchedumbre y dar una buena impresión a las delegaciones comerciales y diplomáticos extranjeros.



Mirando hacia las ventanas que se extendían por decenas de metros hacia el cielo, podía adivinar las siluetas nerviosas espiando entre persianas y cortinas. Me sorprendía que no fueran una amenaza para la pequeña fuerza policial. Generalmente, las unidades disuasivas no conseguían entrar en los suburbios, siendo repelidas a tiros cada vez que intentábamos aprehender algún habitante del sector.


Esa noche nadie estaba en la calle para incomodarnos. Eso me puso más nervioso y pude sentir el corazón batiéndome fuerte en el pecho y un tambor en las sienes junto con mis manos frías y húmedas.

Continué avanzando con los dientes apretados y una sensación de incómodo nerviosismo, como cuando comenzaban los tiroteos inesperados cada vez que teníamos que ingresar en zona de inmigrantes.

Después de algunos pasos casi resbalé y miré al suelo. Una marea viscosa y de un rojo oscuro avanzaba lentamente desde el fondo del estacionamiento, ensuciando todo el suelo a mi alrededor. Paré en seco, con un escalofrío inmenso que me recorría la espalda y me dejaba a punto de vomitar como el resto de los funcionarios que intentaban trabajar en aquel lugar. Me recompuse sin mirar atrás al resto de oficiales y detectives, intentando parecer calmado y en control de la situación y de mi mismo.

Los restos dispersos por el sector eran vagamente humanos.

Daban esa impresión debido a los trozos de ropas y a algunos huesos como costillas y grandes pedazos de cráneo diseminados por todo el lugar. Entre los restos de carne podían verse armas dispersas que claramente no habían sido de ninguna utilidad.

- Señor, encontramos  varias cedulas de identidad y fueron escaneadas e enviadas a la central para pedir los exámenes de DNA para confirmación -Martínez tentaba recuperarse ocupándose en desempeñar su función de adjunto al titular que era yo mismo, tan descompuesto y asustado como el resto del personal.

-Guarde una copia de respaldo para nosotros y no le cuente a nadie-  hablaba sin mirarlo para no dar impresión de tener alguna secreto con él,por un presentimiento de que había algo muy grande en términos de seguridad nacional y política , que me puso rápidamente a la defensiva. -Haga también un inventario de las armas y me entrega el respaldo lo antes posible. Ya hicieron un escáner viral del sector?

Martínez pareció entrar en transe. Ocuparse en un procedimiento pareció sacarlo de la impresionante escena a nuestro alrededor.

Desde los años veinte, la época de las pandemias virales, un proceso estándar en cualquier escena del crimen era el escáner viral, para prevenir contagios del personal, evitar la propagación  de plagas y  reconocer potenciales riesgos biológico.

- El personal forense ya realizo todo el protocolo señor- Martínez ya estaba en modo automático y dejé de preocuparme por su condición.

Mi subalterno registraría las cosas mas importantes y después me entregaría una síntesis en nuestro código particular, porque  casos anteriores me habían enseñado a prevenir cualquier filtración de aspectos relevantes  de una investigación.  Por otra parte, la información podría ser útil para negociar algunas regalías o vender algunos datos  a la prensa u otros interesados. Los salarios bajos de la policía y el permanente monitoreo de nuestras acciones y conversaciones en campo, nos forzaba a procurar otras fuentes de ingreso, no declarable y nos hacían estar en buenas relaciones con delincuentes, comunidades de extranjeros u otros grupos más difíciles como traficantes, neo nazis o ultra religiosos.

Comencé a contemplar el lugar. Parecía una pintura de Pollock. Hasta en el techo del estacionamiento había sangre y restos humanos, que goteaban de forma lenta y nauseabunda, con un sonido casi orgánico  que no creo conseguir olvidar. Resistí la náusea y volví a mi auto, arrastrando los pies, intentando limpiar la suela de mis zapatos, lo que era francamente imposible ya que todo el lugar estaba cubierto de una alfombra viscosa de sangre y fluidos.

Una vez en mi auto, guarde los zapatos dentro de una bolsa de plástico que pedí a uno de los forenses, el

cual aplicó el protocolo de desinfección fotoeléctrica de costumbre. Después  abrí la puerta  y permanecí sentado al volante mientras el control automático reiniciaba la desinfección interna, cerrando mis ojos para evitar alguna

lesión  durante el proceso de alta carga lumínica  , en silencio , como esperando que alguien me despertara de un mal sueño.

En el momento en que Martínez me entregó el chip de respaldo, luces de  carros comenzaron a iluminar el sector, aumentando el número de siluetas en las ventanas y paredes del sector. Sin embargo, nadie de los edificios salió para protestar o interferir. Entonces me pregunté qué era lo que tenía al barrio, de común tan violento y decidido, absolutamente horrorizado dentro de sus hogares.

 Había llegado un grupo de la policía internacional de terrorismo biológico. Mi intuición no me había fallado, porque aunque el proceso de desinfección generalmente realiza el escáner diagnóstico previo, que había salido negativo, la llegada de la internacional no dejaba dudas que el problema era algo  que iba mas allá de una guerra de pandillas. Cuatro hombres de uniforme oscuro y elegante, seguramente oficiales de alto nivel de seguridad continental bajaron del primer carro. Al frente un sujeto maduro, casi en los sesenta, corpulento y de pelo cano, parecía dirigir a todos los demás solamente con su presencia.

 Pasaron junto a nosotros sin considerarnos y rápidamente ingresaron en la zona restringida. Del resto de carros, alcancé a contar cinco, apareció un contingente de soldados de la  internacional  que cercaron el lugar y dispensaron a todos los oficiales y detectives, incluyéndome. Martínez me miró y tocó su bolsillo derecho, confirmándome que tenia los registros de todo lo que habíamos visto. A veces usábamos antiguos dispositivos que no eran rastreables por los modernos equipos, porque  aparatos anteriores a la década del treinta no venían con chips de ubicación y rastreo de funciones que comenzaron a ser usados después de la ley nacional , en muchos países, de uso y registro  de datos para vigilancia de corrupción , trafico y otros delitos. Era una especie de totalitarismo de información disfrazada de procedimiento de protección en nuestros tipos de gobiernos aparentemente democráticos.

 

 

Di marcha a mi auto y me perdí en la noche de vuelta a mi oficina para hacer el reporte de rutina. Lo que hubiese acontecido ya no era mi problema. Y por suerte, pensé, porque era algo muy grande y muy terrible. Coloqué

música de jazz del siglo XX intentando no pensar  en todo aquel monstruoso espectáculo.

Los días por venir me mostrarían que ese momento había sido un raro intervalo de calma en una tormenta llena de traición y sangre.


Ilustración y foto: Christiano

 

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