"TE VOY A DAR EL CORAZON", sobre ilustración de René Van Kilsdonk

   


                                                                                                                    

                                                                                                                             Texto: Miguel Higuera C.

TE VOY A DAR EL CORAZON

                                                                                                                 

Cuando Frankie me dijo eso, lo encontré tierno, a pesar de que él siempre nos causaba algo de miedo con su figura deforme, de monstruo de terror y su eterno delantal azul. De ahí le venía el apodo de Frankie, por el monstruo de la película.

Su andar desgarbado, de autómata, su voz oscura y lenta nos dejaba patente su diferencia o, como mis compañeros de facultad decían: su deficiencia.

Nadie sabía a ciencia cierta su verdadero nombre y a nadie le importaba porque a pesar de vivir en un cuarto dentro del departamento de anatomía, gracias a un acuerdo tácito entre profesores y la rectoría de la universidad, su figura tétrica ya era parte del paisaje urbano, del inventario, de las paredes, una sombra previsible y permanentemente inadvertida dentro del cotidiano movimiento de estudiantes, profesores y algún visitante esporádico.

Nunca me consideré particularmente bonita ni atractiva, pero ese invierno de mis primeros semestres em la facultad de medicina me había tornado popular y solicitada por mis compañeros. Tal vez por mostrarme confiada y tener buenas notas, por colaborar con todos, me consideraban atractiva. Pero, cuando Frankie, comenzó a mírame fijamente, haciendo pausas durante sus tareas de aseo, mi pretendido sex appeal se transformó en motivo de bromas. Comenzaron a llamarme la novia de Frankenstein, lo que al comienzo me causó un egocéntrico desagrado, que me llevó incluso a sentir un poco rabia por aquel muchacho desgarbado que me miraba de forma tan inadecuada.

 Con el tiempo me fui calmando e intentaba no mostrar desagrado por las permanentes bromas de mis amigos cuando Frankie estaba cerca. Su rostro deforme, su imponente estatura, sus grandes manos y su mirada entre triste e inocente me causaban un profundo sentimiento de compasión.

Comencé a llevarle algunos pastelitos para que comiera durante su colación, los que recibía como si fueran el regalo de una reina, agradeciéndome con sus palabras y miradas de una forma conmovedora. Mis amigos por su parte, aumentaron el nivel de las bromas y ya ni siquiera disimulaban delante del pobre Frankie. Sin embargo, parecía que a él no le importaba y solo tenia ojos para mi y mis pastelitos que guardaba con cariño y cuidad en una mochila, tan azul y desgastada como su delantal.

Ese invierno tuve una amigdalitis purulenta que me dejó en cama por una semana y no pude ir a clases. Cuando volví, me dijeron que Frankie andaba rondando las clases de nuestro curso y que mis amigos se habían ensañado con él, incluso, le habían dicho que yo estaba de novia con uno de ellos, Felipe, el mas grandote, parlanchín y vociferante del grupo. El ultimo día, Frankie parecía una sombra y apena se movía, parado frente a uno del banco donde yo solía entregarle los pastelitos que compraba.

El lunes siguiente, cuando volví a clases, me lo encontré sentado en aquel banco, esperándome con las manos en la espalda, muy serio.

Lo saludé mientras abría mi mochila para entregarle los pasteles cuando me interrumpió, diciéndome: Yo tengo mucho cariño por usted, pero sé que usted solo me quiere como un amigo y lo entiendo. No me gusta cuando la molestan por mi culpa. Usted ha sido muy buena conmigo así que pensé en darle un regalo, Como dijeron que está de novia, pensé en darle algo especial.

Mirándome fijamente me dijo , sonriendo: te voy a dar el corazón.

La ternura que me provocaron sus palabras, rápidamente se transformó en espanto, nausea y horror, cuando él se puso en pie y me mostró lo que escondía en su espalda. En sus manos, un corazón humano, ensangrentado, con secas costras de color vino que se destacaban profundamente bajo el azul de su delantal.

No recuerdo bien lo que pasó después porque me desmayé, pero, de una forma muy clara, mientras me desvanecía, mi intuición me decía que era el corazón del pobre y atolondrado Felipe, que nunca supo cuando parar de hacer bromas pesadas.

 

 

Comentarios

  1. El dibujo tiene algo inocente y la historia también parte así, pero termina a del terror, le da, a la vez, otra dimensión al dibujo. Me encantó. Gracias por tanta gracia. Yanisita

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

"MONSTRUOS EN EL MURO", sobre ilustración de Fernando Ortíz M-

Los Susurradores de casas, capítulo II