Los Susurradores de Casas (capítulo 1)

Por AlexSalas                                                                                        

La enigmática cofradía de los susurradores tuvo una informal fundación en el barrio de Recoleta, por allá por el 2010, siendo el periodista Camilo Moscoso el iniciador, redactor de principios y maestro espiritual del grupo.



                                                                                                    Ilustraciones: Varona 

En el año citado, Camilo tenía poco trabajo, aún vivía en la casa de sus padres en avenida México, hacía tiempo que le gustaba beber hasta emborracharse los fines de semana, los motivos de la ingesta eran desde la frustración laboral hasta el mero ejercicio etílico, la épica de emborracharse hasta caer, solo porque podía hacerlo y la verdad sea dicha lo que más le gustaba en la vida era el copete, mucho más que el periodismo y las buenas lecturas.

El viernes era el día sagrado para juntarse en el bar El Cuervo de la Alameda , una reunión frecuente con sus colegas, esos consagrados que sus firmas aparecían en diarios o revistas de la época, y los otros como él que aún buscaban su oportunidad, aunque todos sabían que mucho gran nombre podías tener pero los sueldos eran proporcionalmente igual de miserables en  todos los medios nacionales , grandes, medianos y pequeños. También estaban los poetas, dibujantes, cantores y empleados públicos que se sumaban a las mesas o a la barra.

 Camilo nunca andaba con mucho dinero pero siempre disponía de un plan de brebajes a consumir, empezaba con cerveza (dos), seguía con pisco con gaseosa (dos también), y luego subía a vodka tónica, solo uno porque hasta ahí le llegaba el presupuesto… si el plan encaminaba bien a esas alturas la conversación estaba encendidísima y Camilo se lucía relatando viejas gestas periodísticas y sobre todo ponía atención a sus interlocutores, o  más bien había desarrollado un cinismo extremo en ese punto; podía mirar a los ojos , sonreír y asentir atento al hablante de turno, aunque los temas tratados no tuvieran ningún interés para él, cuando su vaso estaba vacío, venía la pregunta de rigor: “¿Y usted no toma nada, compañero?”, a lo que Camilo respondía en tono lastimero “No se preocupe, amigo”, y por supuesto que el compañero borracho se preocupaba. Bueno, decir que  borrachera y preocupación pueden funcionar como unidad o dispositivo lógico es ciertamente un  despropósito, una exageración, más precisamente se trataba de  seguir ese buen momento donde era escuchado por un joven culto y simpático, y venía la insistencia con cierto  asistencialismo “Si no tiene , yo lo puedo invitar”, y como una especie de guión / coreografía aprendida , Camilo bajaba la vista y haciendo un gesto con la boca , como si no le saliera la voz, remataba susurrando…”Ha estado mala la cosa, no es necesario”, y ahí el interlocutor dejaba de lado la pregunta y llamaba al garzón ordenando, con su mejor voz pastosa: “¡Pancho, Otra igual para el compañero!”, y llegaba uno, dos , tres vodkas más que Camilo saboreaba como si no hubiese un mañana, luego de eso paraba, se mojaba la cara y volvía a pie a su casa, tomaba el Bellavista, Avenida Perú, las calles interiores, Valdivieso, los cementerios, Avenida Recoleta y a dormir, roncando fuerte su borrachera.

En uno de esos viernes, en el periplo de vuelta Camilo venía algo triste, o se había investido de pena falsa, como hacen los alcohólicos a veces cuando caminan y hablan solos, la excusa era una novia , que nunca tuvo mucha importancia para él principalmente porque no lo apañaba en beber hasta caer, era abstemia y seguro por eso lo había dejado de llamar y ya no le respondía sus mails, es bueno repetir que nunca le prestó mucha atención pero cuando estaba ebrio caminando se sobreactuaba diciendo su nombre en voz alta, aunque a pesar de venir intoxicado se cuidaba de dar los gritos en calles vacías, que ojalá nadie lo escuchara.

Doblando desde Avenida Perú por Santos Dumont al poniente, hizo un viraje distinto por calle Humorista Carlos Helo (se rio “en cámara lenta” por el nombre de la calle) , llegando a la  esquina de Alberto Figueroa con Tabaré, le irrumpieron unas ganas inaguantables de mear, echar afuera el caudal , testigo mudo de ese consumo desbocado, caminó unos pasos y eligió el árbol adecuado, un acacio,  ideal para empaparlo de su apócrifa tristeza, seguía vociferando el nombre de su “amada”, el mechón de pelo le caía sobre la cara y mientras apuntaba su descansada virilidad, daba vuelta la mirada con esa forma urgente y cinética que solo los borrachos pueden hacer, a la derecha, a la izquierda,  como buscando algo no determinado que mirar…frente al acacio había una casona recoletana de dos o tres pisos, de esas antiguas que emulaban castillos, pero abandonada, destruida, con ventanas y puertas tapiadas, la maleza y las enredaderas apoderándose del jardín, la oscuridad total.

Camilo, sacudió las últimas gotas de orina con tal brusquedad que emitió un sonido fuerte de carnes fláccidas agitadas, algo ridículo en su sonoridad, que si hubiesen existido testigos seguro se  carcajearían estrepitosamente, pero no habían… por lo que el silencio congeló la escena de Camilo mirando fijamente el castillo derruído, se imaginó mil historias que pudieron suceder ahí, se vió él y su lejana novia, elegantes bebiendo alcohol hasta el amanecer, visualizó vidas posibles de viejos moradores, los áticos y pasillos secretos donde se guardaban antiguas fotos familiares, documentos escolares y universitarios, óleos de la tía loca que nunca se casó y era amiga de los gatos… en ese instante, algo sucedió en el pecho de Camilo que pasaba de la pena falsa a una pena imaginaria por personas y escondrijos que nunca conoció.

Emocionado inexplicablemente, sintió unas ganas inevitables de llorar, pero no pudo y solo atinó a acercarse a la reja y lanzar un susurro, una frase que parecía no tener lógica alguna: “Ánimo, Casa, no te mueras nunca, nungaaa”, apretó sus manos en las rejas y apoyó su cabeza cerrando sus ojos, sintió que se dormía, entendió que eso era bastante posible por lo curadísimo que estaba, abrió los ojos como queriendo demostrarle a alguien que estaba bien, fresco y lúcido, y siguió su paso cansino por la vereda, llego a la calle San Cristóbal y soltó el llanto, no sabía por qué lloraba, tuvo un montón de imágenes mezcladas pero siguió llorando copiosamente, llegó a su cama, lo mismo de siempre, se acostó vestido, al día siguiente despertó con una resaca infernal no recordando nada de su camino de vuelta, nada salvo que había una calle llamada Humorista Carlos Helo.

La semana siguiente tuvo más trabajo, semi obligado por su madre a asistir a su padre en construcción, pintura de casas, reparación de ventanas, fontanería, tan malo no era: su viejo pagaba mejor que el periodismo, aunque debía terminar si o si  una nota de lo que se venía en internet y un horóscopo para una web nueva, en eso llevaba un mes y tenía pago - según sus empleadores - el jueves, o sea si llegaban esas lucas, sumando lo de su papá, tendría más para gastar en El Cuervo el viernes, no tendría que esperar al compañero de copas que lo asistiera con ese trago solidario, pensaba que eso le daba vergüenza , aunque jamás cuando estaba borracho, la resaca moral era fuerte pero un trago es un trago , no importa procedencia alguna. Finalmente le pagaron el jueves su periodismo con seudónimo impuesto por los creativos de la web, y el viernes su papá le entregó temprano un sobre lleno de billetes de 10 mil, 5 mil y mil, trabajó ansioso hasta las 4, aún la amnesia alcohólica, cada vez más frecuente, le mantenía una nebulosa rojizo negruzca del viernes anterior y su regreso a casa.

Partió raudo al Cuervo, con entusiasmo desbordante, apurando el paso, aminorándolo, con la derecha en el bolsillo, la izquierda como péndulo, al llegar estaban algunos frecuentes de los viernes, ya temprano había planeado subir  la medida de inicio a 3 cervezas, lo esperaba Farfán un ex compañero de Universidad que trabajaba medio tiempo en un suplemento de decoración, y otro medio tiempo en un centro de llamados, o Call Center como insistían en decirle los que le daban la pega, Camilo lo había llamado temprano al celular para concertar una junta, Farfán se había excusado diciendo que tendría para un par de cervezas y nada más , Camilo fue insistente, sobrio lo era mil veces más que borracho, tanto que su amigo algo intimidado accedió.  Y ahí estaban de nuevo hablando mal de los profesores de la U, la precariedad laboral por la sobrepoblación de escuelas de periodismo “ A la fecha tienen tantos egresados, que el mercado está saturado de periodistas hasta el 2020” vociferaba Farfán acomodándose los lentes.

Cuando se acabaron las cervezas Farfán sugirió que debía irse porque ya no tenía mas plata, y sin preámbulos Camilo le dijo que siguieran con piscola y que él pagaba esa ronda, Farfán hizo un gesto de modestia poco creíble, como si la vida lo hubiese arrastrado a ese abismo sin fin y él solo era una víctima de las circunstancias, siguieron chupando, alternando con un poeta y su novia, un  par de señores de traje, con pinta de empleados de banco o algo así, llegaron a la fase 3 de los vodka tónica que fueron muchos, más de la cuenta, Camilo hizo lo de siempre , se mojó la cara y le dijo a su ex compañero que se iba a su casa, salieron coloradísimos y tambaleantes, Farfán vivía en La Cisterna y antes de separarse le pidió prestada plata  para un taxi a su ex compañero de U “Es que en este estado me dan miedo las micros”, Camilo buscó en su bolsillo y tenia los últimos 5 mil pero se los pasó sin pensar mucho, finalmente él siempre se iba caminando a su casa, y los amigos son los amigos, sobre todo si se emborrachan a la par con uno.

Siguió la senda frecuente … Bellavista, avenida Perú, iba más borracho que la semana anterior , entro de nuevo  por Santos Dumont, Humorista Carlos Helo por supuesto,  al llegar al cruce de Alberto… con Tabaré , fue como si una luminaria potente y teatral le alumbrara la memoria, recordó sus ganas de mear del viernes antes, la vio de nuevo tan oscura e imponente, la casona aquella , tan desprotegida, tan desolada…caminó coquetísimo , mientras pensaba o sentía que la borrachera se desvanecía, o por lo menos era irrelevante en ese momento, se acordó de su llanto posterior que se vislumbró como la suma de todos los llantos, se plantó frente a ella, tomó fuertemente ese par de rejas oxidadas y susurró nuevamente: “ ¡¡Te recordé, CASALINDA!!... yyy  ahoraaa sigo animándote : que se curen tus puertas / que se reparen tus ventanas / que se recuperen tus muros / que protejas a los que te habiten, una vez más…” , se quedó un rato en silencio cerrando los ojos, esta vez no sintió dormirse ni desplomarse, esto era una revelación de afectos, ya las curdas tenían otra lógica, se sintió orgulloso de sus palabras  improvisadas recién, se despidió de la casa lanzando un beso, ayudado por su mano desde su boca desbordante de hálito alcohólico, llegó a la calle San Cristóbal de nuevo, esta vez no lloró pero hizo unos pasos extraños, como de tap, una especie de baile devocional, a diferencia del viernes anterior esta vez si había testigos y esta vez si se rieron socarronamente , pero a Camilo le importó poco, nada ni nadie le quitaría ese rito ebrio  ,inigualable, de verbos vertidos en borracheras esotéricas….no era poco, y ahora consciente de los susurros y la poesia tendría toda la semana siguiente para preparar adecuadamente la lírica.

 Llegaron los días laborales y Camilo se aplicó estudiando minuciosamente las estrofas de diez versos octosílabos, repasó a Espinel, a Lope de Vega, leyó en voz alta las décimas cubanas, saltó todo poeta al siglo xx Guillén, Violeta , por supuesto, el entusiasmo le duró hasta el miércoles en que su padre( insta-do insistentemente por su madre) le exigió presencia en una colaboración pagada, o mejor pagada que las anteriores, mucho más cansadora también, pintar techos, reparar viejas molduras, adaptar vidrieras circulares “de esas ya no se hacen” como le indicaba escueto su papá…la plata era buena pero esa semana no hubo más décimas, ni tampoco viernes de El cuervo, ni poesía ebria a casas abandonadas, la verdad es que se durmió a las 20 hrs , vestido, tal cuál lo hacía ebrio, pero esta vez "bueno y sano" como un niño, soñando que iba a la junta con sus amigos, pero no, descansaba y no era tan malo despertar el sábado sin caña, resaca, pedo… almorzó con sus viejos y ahí si que tomó vino blanco, como correspondía acompañar ese caldillo de congrio que tan bien cocinaba su madre, algo de agua entro a ese bote, se puso melancólico y sus padres lo atribuyeron a la “novia” aquella que lo había pasado a buscar un par de veces, pero no, Camilo solo tenía recuerdos de su casa linda a la que había dejado flagrantemente plantada el día anterior.

El lunes fue tan lunes como puede ser un lunes, su padre seguía boyante de trabajo y de dinero extra, lo que para Camilo era bueno pero significaba la destrucción de sus sueños etílicos y literarios, ya el martes empezaron temprano y su viejo le contó debían ir a hacer un presupuesto cerca de avenida Perú, sin duda eso entusiasmó a Camilo porque tendría la posibilidad de pasar a ver la casa querida que quedaba a menos de dos cuadras, también se preocupó de no estar lo suficientemente borracho para cumplir con el ritual tal cuál había sido antes, otra atenuante era que nunca terminó las décimas e improvisar no era lo suyo…al mediodía ya estaban listos y Camilo insistió en partir solo, aduciendo una pega de periodismo que tenía que ir a ver, llegó a la botillería de la esquina y se compró un paquete de cervezas que se tomó rápidamente, ante la impresión de una mujer que paseaba un perro y otro borracho que cuidaba autos, estaba al 50 de sus posibilidades alcohólicas pero un rito es un rito, llegó al acacio, de día todos se veían distintos, abrió la mirada y al buscar el castillo derruído, vio una casa nueva, o reparada, de tejas relucientes, los muros recién pintados, ya no había ni maleza, ni oscuridad, las rejas estaban sin óxido, todo era luz y esperanza, y en medio un letrero perfecto que decía SE RENTA.

Camilo reía y lloraba en tiempos perfectamente iguales, iba en un paseo demencial de un  extremo a otro de la casa, y volvía a reir y llorar, simplemente no podía creer que sus palabras tuviesen algo que ver con esta nueva apariencia, llegó a San Cristóbal y de nuevo estaban los testigos que se venían riendo de él desde su segundo encuentro susurrante, buscó unas monedas y desde un teléfono público llamó a Farfán, malamente le explicó el suceso, por supuesto su ex compañero de U, no entendió nada aduciendo a la costumbre de Camilo de insistir borracho o sobrio sobre cualquier tema, prometió juntarse a charlar el viernes, había mucho puzzle que descifrar, y beber por supuesto, cervezas, piscolas, vodka tónicas mediante , para darle alguna lógica a todas esas patrañas que vociferaba Camilo al teléfono …



 

Continúa en  capítulo 2: “Susurrante, no hay uno solo”  

  

Comentarios

  1. una mezcla de crónica urbana, realismo mágico-etílico de trasnoche santiaguino y el inevitable humor de Chrisitiano..imperdible y altisimamente recomendable!!!!!

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  2. Buen relato,quiero leer más,reconozco los lugares que nombra, eso me gusta también

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